jueves, 22 de marzo de 2012

Roger Waters levantó su muro en Buenos Aires

Cuando anunciaron que Roger Waters volvía a la Argentina me puse contento. Aunque ya lo había visto en sus visitas anteriores (2002 y 2007) siempre es bueno que vuelvan los músicos que a uno más le gustan. Pero cuando confirmaron que está vez iba a presentar el espectáculo The Wall Live, mi alegría fue mucho mayor.

Desde que empecé a escuchar Pink Floyd siempre soñé con poder volver el tiempo atrás para vivir la experiencia de The Wall, un espectáculo único en el mundo en el que se construye una pared gigante entre el músico y el público, la reproducción en vivo de un disco doble conceptual que combina elementos de un show de rock, del teatro y del cine inclusive.

Después vino la histeria colectiva para sacar las entradas, el agregado de fechas y la histórica cifra de 9 noches con el estadio de River completamente vendido y todo lo que ya se sabe y se habló en estos días. Por suerte yo conseguí un ticket y estuve ahí, para cumplir ese sueño sin la necesidad de un Delorean ni del Doc Emmet Brown.

Fotos: Federico Andreon

El espectáculo es impactante por donde se lo mire: sonido envolvente con torres de parlantes en todo el estadio, imágenes de súper alta definición, muñecos gigantes (cerdo volador incluido), luces, fuegos artificiales y hasta un avión que cae en picada convierten a este concierto en una experiencia que requiere de todos los sentidos.

Pero lo que define a este show es el muro, de casi cien metros de largo por más de veinte de alto, que se va armando hasta tapar por completo a la banda cuando termina la primera parte y se mantiene cerrado durante casi todo el segundo acto, hasta que se derrumba a pocos minutos del final. La pared también funciona como una pantalla gigante en la que se proyectan todo tipo de imágenes alegóricas a cada canción e incluso partes de la película homónima dirigida por Alan Parker.

Para los que nunca escucharon el disco o vieron la película, The Wall escenifica, a través de la historia de una estrella de rock ficticia llamada Pink, la construcción de un muro que ahoga y encierra al individuo. Es la concepción de las personas como simples ladrillos o engranajes sin alma, como parte de una maquinaria sin esencia.


Desde el impresionante comienzo con toda la parafernalia de In The Flesh, pasando por las intimistas Mother y Vera, los archiconocidos Another Brick in The Wall part 2 (con el clásico coro de niños) y Comfortably Numb, hasta llegar al climax de tensión de The Trial y el relax posterior de Outside The Wall, son unas dos horas y media (con veinte minutos de intervalo) de una montaña rusa de sensaciones, imágenes y sonidos, pero sobre todo de grandes canciones.

Roger Waters -con 68 años ya cumplidos- habla poco con el público, saluda después de varias canciones y le dedica el show “a la memoria de los desaparecidos, de los muertos y los torturados”, pero se centra en cumplir a la perfección con su rol en la obra. No es sólo un bajista y cantante, es un actor que lleva adelante todo el espectáculo cumpliendo con todos los gestos y movimientos ensayados para cada momento de cada canción.

The Wall no es un show de rock más, es algo más parecido a una ópera o una obra de teatro musical que a un espectáculo de una banda en un estadio. The Wall es una experiencia única, distinta a todo lo que vimos antes y seguramente también a todo lo que veremos en el futuro.

Por Federico Andreon 

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