Hoy era un día como cualquier otro pero sin serlo. Volvía todo a la normalidad para mí pero sin embargo yo sabía en lo profundo de mi ser que no era un día como cualquier otro porque el día de ayer sin lugar a duda no podría haber tomado este tren que estoy tomando a esta hora debido que a las 8:00 a.m. un formación había coalicionado en la estación de once. Fue un accidente horrible lleno de negligencias obvias, con las que convivimos a diario, por parte del gobierno y de TBA con 700 heridos y 50 muertos.
Pero así y todo era 23 de febrero del 2012 y mi vida seguía igual pero distinta porque a veces las tragedias te hacen ver las cosas de otra perspectiva te limpian el prisma con el cual vemos la realidad y lo enfocan aunque sea por un instante para mostrarnos que a pesar de la tragedia el reloj sigue girando y el tiempo nos atropella como una locomotora que no frena en ninguna estación solo en la terminal de nuestra vida.
Por eso me sentí extraño cuando hoy me subí al tren como lo hago habitualmente y observe que todo seguía igual, me acomodé en un sector del vagón que me resultaba mas cómodo porque tuve la maldita suerte de subirme un tren lleno de esos que suelen avergonzarnos cuando tenemos que mostrar nuestro país al mundo. Y comencé a observar a mis compañeros de viaje, uno miraba el celular y sonreía, otro leía el diario con la crónica de la tragedia del día anterior, alguna mujer se acomodaba el pelo y otros miraban a la nada soñando tal vez en un mejor pasar. Entonces me pregunté cómo puede ser que estos vagones que hace menos de un año atropellaron a un colectivo cargado de pasajeros y que ayer mató e hirió a cientos de personas hoy sea nuestro refugio para trasladarnos, nuestro medio de transporte y que sin movernos un pelo aceptamos viajar como el culo y esperar que no suceda nada, ni un desperfecto mecánico, ni un error del maquinista o que las barreras funcionen correctamente porque los que se tienen que encargar de controlar a la empresa que posee la concesión mira para otro lado diariamente y nos hace viajar como ganado en un tren fantasma.
Y sin darme cuenta y reflexionando sobre el panorama que me rodeaba había llegado a flores, sano y salvo pero con la herida abierta de la desconfianza y la incertidumbre que no va a cicatrizar si seguimos mirando para otro lado o encerrados en nuestros mundos, porque en un país como el nuestro nadie se hace cargo de nada ni el gobierno, ni TBA, ni TN, ni clarín, ni ningún organismo que se nos ocurra porque muy en el fondo nos vamos convirtiendo en aquella persona que no queremos callando, obviando o simplemente tranzando con el entorno.
Y así despedía al tren deseando que esta sea la última tragedia pero sabiendo que seguramente sino cambiamos nosotros como individuos y como sociedad exigiéndonos y exigiendo al gobierno lo que corresponde va a ser inevitable que se repita.
POR CARLOS D. GALIBERT